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Las damas no lo hacen igual, por Nikita

Abrimos la semana con el debut de la compañera Nikita en escritos de esta temática. Hemos tenido el placer de leer muestras de su ingenio en las consultas del foro Interacción Social y en las iniciativas que ha promovido dentro del mismo.

Tenemos un placer diferente entre manos hoy. Veamos qué nos ofrece.

«El amor brujo», que compuso Falla el siglo pasado, lleva incluida una embriagadora canción con este texto: «Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismo es el querer. Te huye si le persigues, te llama si echas a correr«. Y es que el amor, sin seducción, dura lo que una fogata; con suerte, y si no intervienen en contra los elementos, el tiempo que tarde en consumir la cantidad de madera que se ha puesto al encenderla.

Cuando el amor está vivo, se tiembla al ver a la persona amada, un «no beso» puede llegar a ser tan excitante o más que un beso, y las venas llevan por el cuerpo elixires afrodisíacos, y susurros, alientos de lo que podría pasar… Yo hablo de amor, amor romántico, de ese capaz de perdurar en el tiempo, de perpetuarse más allá del enamoramiento para buscar un estado siempre ebrio de sentimientos, y es aquí donde la seducción tiene su juego. Es el aire, lo respira ella, lo respira él, y el fuego arde si ambos lo exhalan.

Pero cuidado, porque la seducción no es la misma para un hombre que para una mujer.

Nosotras no seducimos en los mismos términos que ellos y más vale que ellos no lo hagan como nosotras. Nuestro rol, nuestra perspectiva, lo que nos motiva y excita, todo es diferente, como en una moneda: cara y cruz. Las mujeres y los hombres están deliciosamente condenados a no entenderse, y a pesar de todo, a encantarse mutuamente gracias, sí, a la seducción: utilizando un lenguaje, unos movimientos, y unas… ¿normas?

Pues no.

¡Al infierno con las normas! Pero sí, hace falta desarrollar el sexto sentido, entender con esa parte del cerebro que es irracional y que comprende los mensajes de la química entre dos personas. Llamémosla intuición. La famosa intuición femenina, eso, señores, es producto de miles de años de selección natural, de ejercer la sutileza frente a la fuerza masculina, la astucia donde la palabra ni siquiera era tenida en cuenta.

Las mujeres tenemos algo único, un regalo precioso heredado de la primera Eva. Y los hombres, tenéis un encanto especial, ese, tan excitante, del intrépido cazador que avisa «voy por ti» y viene, se acerca, juega contigo, te acorrala, te escapas, casi te atrapa, y el corazón se te para un instante, deseando que lo haga, rindiéndote en el fondo, inconfesablemente, pero disfrutando tanto de esto que vuelves a escapar para verle sufrir un poco, anhelarte hasta no poder soportarlo más, hasta que ya ninguno puede más, y la tensión es tan intensa que rendirse es poco.

Privar a un hombre del placer de ponérselo difícil es un crimen. Privar a una mujer de sentirse perseguida, única dueña del corazón de su amante es otro crimen. Deseo, pasión, adrenalina, poder, fuerza, eso de soñar con conseguirlo y atraparte, celosamente, como un tesoro que ha costado conseguir un mundo. Eso, no tiene precio.

Las normas son poco útiles si falla la intuición, y es que, aplicar algo, solo porque sí, es tan absurdo como abrir el frigorífico y empezar a mezclar alimentos sin ton ni son. ¿Qué se pretende conseguir? Ahí está la cuestión. Acción y reacción. Las normas son inútiles y más si se aplican con rigidez, pero las técnicas de seducción son a un seductor o lo que las técnicas de caza a un cazador: una vía para lograr lo que se desea, y que deben utilizarse con la suficiente flexibilidad y adaptabilidad al contexto.

Una mujer utiliza técnicas de seducción diferentes. Una buena seductora es provocadora con clase, transgresora y única, creativa y original, brilla con luz propia, atrae las miradas de la gente cuando camina, sabe utilizar los ojos como faros para conducir a puerto a los barcos perdidos, deslumbra a su cazador y lo envenena, le hace obsesionarse con ella hasta llegar a sentir algo físico en el pecho, un deseo tan grande que sería un crimen no dejarse envenenar un poco. De ese veneno, mucho nunca es demasiado.

Ese es el juego de la seducción, y las damas no lo hacemos igual. Por favor, señores, no nos copien, sean lo que deben ser y amad, soñad, trabajad para conseguirnos, embriagadoramente, con fuerza, con esa fuerza de cazador astuto que se empeña en su propósito. Habrá tiempo para agradecer el esfuerzo de esa forma que solo nosotras sabemos.


Esto ha sido todo, hasta aquí la primera -y esperemos que no la última- colaboración de la encantadora Nikita. El tema de hoy ha sido Las damas no lo hacen igual.

Hasta siempre!

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