Odiar es demasiado sencillo
Durante mucho tiempo, he dedicado intensas horas a pensar si hay cosas que me hacen odiar o personas que odio en este mundo. He llegado a la conclusión de que siento molestias de diverso grado, pero hace bastante que no me acerco a nada tan intenso como el odio.
La culpa la tienen mis experiencias, y el hecho de que mi postura natural sea tender a la comprensión cuando es posible que se dé.
Algunas personas entre el público conocen ya varias anécdotas de intentos de agresión que he sufrido, y que supe resolver dialogando con la persona en cuestión en vez de molernos a palos.
Otras de esas personas conocen mi situación familiar… Y saben, por ejemplo, que en principio y si las cosas no han cambiado mucho, soy el único de mis hermanos que tiene trato con mi familia paterna.
Recuerdo haber comentado antes que esto es así porque, a pesar de no haber estado presentes durante mi infancia, cuando entraron en mi vida lo hicieron pidiendo permiso. No reclamaron nada y respetaron totalmente mi derecho a rechazarles a todos.
Entendían incluso que llegase a odiarlos a ellos y a odiar lo que representan.
Pero no era el caso. Nunca he tenido un problema directo con ellos. La única circunstancia adversa era un distanciamiento, que también tiene que ver con el hecho de que mis padres se separasen del modo en que lo hicieron.
Sin embargo, pienso que es más fácil odiar y cerrarse a ver que todo es comprensible… Aunque no todo sea disculpable.
Crecer en el seno de una familia desestructurada te da muchas oportunidades de aprender a comprender y dar apoyo… Y de pedirlo y aceptarlo, de paso.
También facilita ver que hay personas que están aterrorizadas con la idea de ser un consolador o una suerte de tampón emocional para otra persona. De que te cuente sus problemas y le ayudes a resolverlos… Pero que nunca haga caso realmente (o no del modo en que lo quiera el que está ahí dando apoyo), y vuelva de nuevo a hacerse daño (y a quien les ayuda por extensión).
Esta misma comprensión me hace hablaros de un tema que mi amigo Michael B. ha traído a colación recientemente.
Para todos los hombres interesados en las relaciones y en seducir, para los que quieren dejar un buen recuerdo y no tienen miedo a estar ahí cuando ella está mal y no sólo para las cosas buenas.
Ahí tenéis…
La otra cara de la moneda: nuestro poder para salvarnos de odiar
O, como en este caso, para salvar a otros.
El otro día, saliendo del trabajo, mi amigo Michael tuvo que atender a una emergencia. No es que fuese mortalmente necesario para cualquiera, qué va.
Pero para él lo era: una amiga suya le llamó deshecha en llanto, en busca de consejo y consuelo.
Y él decidió apoyarla ese día, porque alguien trataba de hacerla odiarse a sí misma.
Ella le contó sobre un chico que decía que ella es un blanco fácil para las ratas. Por ratas entenderemos a la clase de hombres (aunque no merezcan el título) que sólo se preocupan por una mujer con el fin de desnudarla.
Ese chico admitía que él también es un cretino, pero que se preocupaba por ella.
Michael escuchaba horrorizado mientras ella le explicaba que este tipo decía que; como sabe que hay gente mala y ella era demasiado ingenua, sería él quien iba a aprovecharse de ella… Y de paso a enseñarle a reconocer a esta clase de hombres.
Como la chica no le mandó nada, el muchacho le dijo que ella era una chica fuerte… Probablemente gracias a tipos como él.
Y siguió tratando de manipularla.
Fue un cretino útil, pero aun así un cretino.
Al darse cuenta de que, en cierto modo, él tenía razón… Ella se decidió a no volver a mandar fotos íntimas a nadie. Y borró todas las conversaciones juguetonas que tenía con cualquiera. Y pasó horas llorando y sintiéndose fatal por darse cuenta así de esto.
Qué es esto, preguntarás…
Ella le confesó a Michael que lo hizo porque siente que la única forma de que los hombres le presten atención es a través del sexo.
Le contó que los hombres dejaban de hablar con ella si no mandaba fotos suyas. Que no entiende por qué lo hacía ni qué necesidad tiene de buscar atención, y más de ese modo, si ya tiene un novio fantástico que se preocupa por ella y la trata bien.
¿El desenlace?
Hacer una estupidez puntual no te convierte en una persona estúpida.
Y tampoco hacer algo odioso. Tienes total libertad para equivocarte y aprender de ello.
Puedes rectificar, y eso es lo que Michael le dio a entender.
Ella siguió liberando su tensión y él siguió escuchando. Sin presiones. Sin demandar nada de ella. Ofreciendo sólo su presencia. Animando a que reconozca que no es estúpida. Al cabo, pasa de estar anegada en lágrimas a caer dormida sin poder evitarlo.
Justo lo que Michael quería… Tranquilizarla.
A la mañana siguiente ella envía sus disculpas por dormirse mientras hablaban. También agradece la presencia de Michael y le cuenta que ese día se había rizado el pelo.
Con tan sólo un pequeño gesto, todo su poder había regresado a ella. Misión cumplida.
La razón que ha dado Michael para publicar tal cosa es que, en ocasiones, no nos fijamos en el destrozo que hacemos cuando tratamos a los demás sin consideración. Y peor aún: no nos fijamos en las consecuencias… Como el que otro tenga que intentar recomponer lo que uno deja roto.
A esto mismo se publicaron comentarios acerca de no ser el amigo que escucha mientras ella patalea por los capullos que se la juegan; y menos el amigo al que dice adorar y valorar pero de quien pasa mientras se folla a los tipos que le hacen daño al utilizarla.
Y ahí tuve yo que intervenir…
Porque Michael no hablaba sobre ser el paño de lágrimas de nadie; sino sobre nuestra responsabilidad personal de comprender la extensión de lo que hacemos.
De ser conscientes y responsables del trato que dirigimos a alguien, vaya.
Comenté que considerar a alguien como un sustituto para paliar tu lujuria o un calcetín de carne para la pierna del medio no es una idea saludable.
Se centraron en un lado equivocado del asunto. La cosa no iba sobre quién recibe las fotos de desnudos, sino sobre tener unos estándares más altos en el trato con otras personas.
Va sobre hacerse cargo de uno mismo y reconocer que a veces somos unos capullos egocéntricos.
Yo mismo lo he sido un buen puñado de veces… Y sólo me salva que me valoran lo suficiente para hablar del tema conmigo, en vez de mandarme a la papelera de reciclaje sin contemplaciones.
El mensaje de Michael va sobre estar ahí y ser un hogar para las personas que necesitan un lugar donde sentirse a gusto siendo simplemente ellas mismas.
Sobre permitir que se expresen y comprender que es humano sentir y pensar como lo hacen.
Escuchar ya es algo que lo decide cada uno.
Apoyar a la otra persona, también.
Y aún con eso, dichos gestos son parte de los estándares más altos que debería marcarse cualquiera que dice ser un amante del amor o del sexo al que desea.
Por esto es que me paso la vida recomendando que se trabajen estos temas en una comunidad responsable y madura. Te evitas todos los problemas derivados de querer mantener una pose pública.
Y también evitas mucho sufrimiento, tanto personal como el que irías provocando por atender a malos consejos.
Así, tienes dos opciones. Esta vez el maniqueísmo es inevitable.
O bien vas jodiendo sistemáticamente a las personas con las que estás por tus ganas de aprovecharte de ellas…
(Y de regalo les quitas las ganas de saber nada sobre tener relaciones con más hombres o mujeres; con un cierto grado de ayuda de la situación sociocultural predominante en la actualidad…)
O bien vas no jodiendo ni haciendo odiar, sino amando y haciendo el amor.
¿Mi consejo? Te lo doy encantado.
Escoge vivir logrando que las personas con las que te relacionas se valoren y aprecien más, que se sientan mejor en su propia piel, que tengan buenos recuerdos y que siempre te reciban con agrado.
Esta segunda actitud se resume perfectamente en una cita del libro Cielo en Llamas, de Robert Jordan. Puedes encontrarla en la página 257, y dice así:
Las mujeres se alegraban cuando entraba en sus vidas, y no era jactancia. Las mujeres le sonreían, incluso cuando las dejaba; le sonreían como diciéndole que seria bien recibido si volvía. Eso era todo lo que siempre quiso realmente de las mujeres: una sonrisa, un baile, un beso y que lo recordaran con cariño.
Como yo mismo… Durante toda mi vida y para los restos.
Trataré de honrar estos ideales… Porque puede que odiar sea más fácil, pero resulta que a mí me gusta complicarme. 😉
El sentido de la imagen destacada lo entenderán aquellos que vivan el baile y sepan que, cuando invitas a alguien a bailar, estás pidiendo tácitamente que confíe en ti… Porque quería recordar públicamente que la vida es un gran baile y todos participamos en el mismo. Por cierto… ¿Reconoces la película?
Como siempre, si tienes algo que aportar a lo dicho… Tus comentarios son bienvenidos.
Un fuerte abrazo.