Arquetipo del Carismático

Extracto por Emirucho del arquetipo Carismático expuesto en el libro El Arte de la Seducción de Robert Greene. Un interesante punto de vista a compartir.

El carisma es una presencia que nos excita. Procede de una cualidad interior –seguridad, energía sexual, determinación, placidez- que la mayoría de la gente no tiene y desea. Esta cualidad resplandece, e impregna los gestos de los carismáticos, haciéndolos parecer extraordinarios y superiores, induciéndonos a imaginar que son más grandes de lo que parecen: dioses, santos, estrellas. Ellos aprenden a aumentar su carisma con una mirada penetrante, una oratoria apasionada y un aire de misterio. Pueden seducir a gran escala. Crea la ilusión carismática irradiando fuerza, aunque sin involucrarte.

Carisma y Seducción

El carisma es seducción en un plano masivo. Los carismáticos hacen que multitudes se enamoren de ellos, y luego las conducen. Ese proceso de enamoramiento es simple y sigue un camino similar al de una seducción entre dos personas. Los carismáticos tienen una ciertas cualidades muy atractivas y que las distinguen. Podrían ser su creencia en si mismos, su osadía, su serenidad. Mantienen en el misterio la fuente de estas cualidades. No explican de donde procede su seguridad o satisfacción, pero todos a su lado la sienten: resplandece, sin una impresión de esfuerzo consciente. El rostro del carismático suele estar animado, y lleno de energía, deseo, alerta: como el aspecto de un amante, instantáneamente atractivo, incluso vagamente sexual. Seguimos con gusto a los carismáticos porque nos agrada ser guiados, en particular por personas que ofrecen aventura o prosperidad. Nos perdemos en su causa, nos apegamos emocionalmente a ellas, nos sentimos mas vivos creyendo en ellas: nos enamoramos. El carisma explota la sexualidad reprimida, crea una carga erótica. Sin embargo, esa palabra no es de origen sexual sino religioso, y la religión sigue profundamente incrustada en el carisma moderno.

Hace miles de años, la gente creía en dioses y espíritus, pero muy pocos podían decir que hubieran presenciado un milagro, una demostración física del poder divino. Sin embargo, un hombre que parecía poseído por un espíritu divido –y que hablaba en lenguas, arrebatos de éxtasis, expresión de intensas visiones- sobresalía como alguien a quien los dioses habían elegido. Y este hombre, sacerdote o profeta, obtenía enorme poder sobre los demás. ¿Qué hizo que los hebreos creyeran en Moisés, lo siguieran fuera de Egipto y le fuesen fieles, pese a su interminable errancia en el desierto? La mirada de Moisés, sus palabras inspiradas e inspiradoras, su rostro, que brillaba literalmente al bajar del monte Sinaí: todo esto daba la impresión de que tenía comunicación directa con Dios, y era la fuente de su autoridad. Y eso era lo que se entendía por “carisma”, palabra griega en referencia a las profetas y a Cristo mismo. En el cristianismo primitivo, el carisma era un don o talento otorgado por la gracia de Dios y revelador de su presencia. La mayoría de las grandes religiones fueron fundadas por un carismático, una persona que exhibía físicamente las señales del favor de Dios.

Al paso del tiempo, el mundo se volvió más racional. Finalmente, la gente obtenía poder no por derecho divino, sino porque ganaba votos, o demostraba su aptitud. Sin embargo, el gran sociólogo alemán de principio del siglo XX, Max Weber, señalo que, pese a nuestro supuesto progreso, entonces había más carismáticos que nunca. Lo que caracterizaba a un carismático moderno, según el, era la impresión de una cualidad extraordinaria en su carácter, equivalente a una señal del favor de Dios. ¿Cómo explicar si no, el poder de un Robespierre o un Lenin? Más que nada, lo que distinguía a esos hombres, y constituía la fuente de su poder, era la fuerza de su magnética personalidad. No hablaban de Dios, sino de una gran causa, visiones de una sociedad futura. Su atractivo era emocional; parecían poseídos. Y su público reaccionaba con tanta euforia como el antiguo publico ante un profeta. Cuando Lenin murió en 1924, se formo un culto en su memoria, que transformo al líder comunista en deidad.

Hoy, de cualquier persona con presencia, que llame la atención al entrar a una sala, se dice que posee carisma. Pero aun estos géneros menos exaltados de carismáticos muestran un indicio de la cualidad sugerida por el significado original de la palabra. Su carisma es misterioso e inexplicable, nunca obvio. Poseen una seguridad inusual. Tienen un don –facilidad de palabra, a menudo- que los distingue de la muchedumbre. Expresan una visión. Tal vez no nos demos cuenta de ello, pero en su presencia tenemos una especie de experiencia religiosa: creemos en esas personas, sin tener ninguna evidencia racional para hacerlo. Cuando intentes forjar un efecto de carisma, nunca olvides la fuente religiosa de su poder. Debes irradiar una cualidad interior con un dejo de santidad o espiritualidad. Tus ojos deben brillar con el fuego de un profeta. Tu carisma debe parecer natural, como si procediera de algo misteriosamente fuera de tu control, un don de los dioses. En nuestro mundo racional y desencantado, la gente anhela una experiencia religiosa, en particular a nivel grupal. Toda señal de carisma actúa sobre este deseo de creer en algo. Y no hay nada mas seductor que darle a la gente algo en que creer y seguir.

El carisma debe parecer místico, pero esto no significa que no puedas aprender ciertos trucos para aumentar el que ya posees, o que den la impresión exterior de que lo tienes. Las siguientes son las cualidades básicas que te ayudaran a crear la ilusión de carisma.

Propósito: Si la gente cree que tienes un plan, que sabes adonde vas, te seguirá instintivamente. La dirección no importa: elige una causa, un ideal, una visión, y demuestra que no te desviaras de tu meta. La gente imaginara que tu seguridad procede de algo real, así como los antiguos hebreos creyeron que moisés estaba en comunión con Dios simplemente porque exhibía las señales externas de ello.

La determinación es doblemente carismática en tiempos difíciles. Como la mayoría de la gente titubea antes de hacer algo atrevido (aun cuando lo que se requiera sea actuar), una decidida seguridad te convertirá en el centro de atención. Los demás creerán en ti por la simple fuerza de tu carácter. Cuando Franklin Delano Roosevelt llegó al poder en Estados Unidos durante la Gran Depresión, mucha gente dudaba de que pudiera hacer grandes cambios. Pero en sus primeros meses en el puesto exhibió tanta seguridad, tanta decisión y claridad frente a los muchos problemas del país, que la gente empezó a verlo como un salvador, alguien con un intenso carisma.

Misterio: El misterio se sitúa en el corazón del carisma, pero se trata de una clase particular: un misterio expresado por la contradicción. El carismático puede ser tanto proletario como aristócrata (Mao Tse-Tung), cruel y bondadoso (Pedro el Grande), excitable y glacialmente indiferente (Charles De Gaulle), intimo y distante (Sigmund Freud).

Dado que la mayoría de las personas son predecibles, el efecto de estas contradicciones es devastadoramente carismático. Te vuelven difícil de entender, añaden riqueza a tu carácter, hacen que la gente hable de ti. A menudo es mejor que reveles tus contradicciones lenta y sutilmente: si la expones una tras otra, los demás podrían pensar que tienes una personalidad errática. Muestra tu misterio gradualmente, y se correrá la voz. También debes mantener a la gente a prudente distancia, para evitar que te comprenda. Otro aspecto del misterio es un dejo de asombro. La impresión de dones proféticos o psíquicos contribuirá a tu aura. Predice cosas con seriedad y la gente imaginara a menudo que lo que dijiste se hizo realidad.

Santidad: La mayoría de nosotros transigimos constantemente para sobrevivir; los santos no. Ellos deben vivir sus ideales sin preocuparse por las consecuencias. El efecto piadoso confiere carisma.

La santidad va mas allá de la religión: políticos tan dispares como George Washington y Lenin se hicieron fama de santos por vivir con sencillez, pese a su poder: ajustando su vida personal a sus valores políticos. Ambos fueron prácticamente divinizados al morir. Albert Einstein también tenía aura de santidad: infantil, reacio a transigir, perdido en su propio mundo. La clave es que debes tener ciertos valores profundamente arraigados; esta parte no puede fingirse, al menos no sin correr el riesgo de acusaciones de charlatanería que destruirán tu carisma a largo plazo. El siguiente paso es demostrar, con la mayor sencillez y sutileza posible, que practicas lo que predicas. Por ultimo, la impresión de ser afable y sencillo puede convertir a la larga en carisma, siempre y cuando parezcas totalmente a gusto con ella. La fuente del carisma de Harry Truman, e incluso de Abraham Lincoln, fue parecer una persona como cualquiera.

Elocuencia: Un carismático depende del poder de las palabras. La razón es simple: las palabras son la vía más rápida para crear perturbación emocional. Pueden exaltar, elevar, enojar sin hacer referencia a nada real. Durante la guerra civil española, Dolores Ibarruri, conocida como La Pasionaria, pronunciaba discursos pro comunista con tal poder emotivo que determinaron varios momentos clave de esa contienda. Para conseguir este tipo de elocuencia, es útil que el orador sea tan emotivo, tan sensible a las palabras, como el público. Pero la elocuencia puede aprenderse: los recursos que La Pasionaria utilizaba –consignas, lemas, reiteraciones rítmicas, frases que el público repita- son fáciles de adquirir. Roosevelt, un tipo tranquilo y patricio, podía convertirse en un orador dinámico, a causa tanto de su estilo de expresión oral, lento e hipnótico, como por su brillante uso de imágenes, aliteraciones y retórica bíblica. Las multitudes en sus mítines solían conmoverse hasta las lágrimas. El estilo lento y serio suele ser más eficaz a largo plazo que la pasión, porque es más sutilmente fascinante, y menos fatigoso.

Teatralidad: Un carismático es exuberante, tiene una presencia fuerte. Los actores han estudiado esta presencia desde hace siglos; saben cómo pararse en un escenario atestado y llamar la atención. Sorpresivamente, no es el actor que mas grita o gesticula el que mejor ejerce esta magia, sino el que gusta la calma, irradiando seguridad en si mismo. El efecto se arruina si se hace demasiado esfuerzo. Es esencial poseer conciencia de si, poder verte como los demás te ven. De Gaulle sabía que esta conciencia de si era clave para su carisma; en las circunstancias más turbulentas –la ocupación nazi de Francia, la reconstrucción nacional tras la segunda guerra mundial, una rebelión militar en Argelia– mantenía una compostura olímpica que contrastaba magníficamente con la histeria de sus colegas. Cuando hablaba, nadie le quitaba los ojos encima. Una vez que tú sepas como llamar la atención de esta manera, acentúa el efecto apareciendo en actos ceremoniales y rituales repletos de imágenes incitantes, para parecer majestuoso y divino.

Desinhibición: La mayoría de las personas están reprimidas, y tienen poco acceso a su inconsciente, problema que crea oportunidades para el carismático, quien puede volverse una suerte de pantalla en que los demás proyecten sus fantasías y deseos secretos. Primero tendrás que mostrar que eres menos inhibido que tu público: que irradias una sexualidad peligrosa, no temes a la muerte, eres deliciosamente espontáneo. Aun un indicio de estas cualidades hará pensar a la gente que eres más poderoso de lo que en verdad eres. En la década de 1850, una bohemia actriz estadounidense, Adah Isaacs Menken, sacudió al mundo con su desenfrenada energía sexual y su intrepidez. Aparecía semidesnuda en el escenario, realizando actos en los que desafiaba a la muerte; pocas mujeres podían atreverse a algo así en la época victoriana, y una actriz más bien mediocre se volvió figura de culto.

Como extensión de tu desinhibición, tu trabajo y carácter deben poseer una cualidad de irrealidad que revele tu apertura a tu inconsciente. Tener esta cualidad fue lo que transformo a artistas como Wagner y Picasso en ídolos carismáticos. Algo afín a esto es la soltura de cuerpo y espíritu: mientras que los reprimidos son rígidos, los carismáticos tienen una serenidad y adaptabilidad que indica su apertura a la experiencia.

Fervor: Debes creer en algo, y con tal firmeza que anime a todos tus gestos y encienda tu mirada. Esto no se puede fingir. Los políticos mienten inevitablemente; lo que distingue a los carismáticos es que creen en sus mentiras, lo cual las vuelve mucho más creíbles. Un prerrequisito de la creencia ardiente es una gran causa que junte a las personas, una cruzada. Conviertete en el punto de confluencia del descontento de la gente y muestra que no compartes ninguna de las dudas que infestan a los seres humanos normales. En 1490, el florentino Girolamo Savonarola se alzó contra la inmoralidad del papa y la iglesia católica. Asegurando que actuaba por inspiración divina, durante sus sermones se animaba tanto que la histeria se apoderaba del gentío. Savonarola logro tantos seguidores que asumió brevemente el control de la ciudad, hasta que el papa lo hizo capturar y quemar en la hoguera. La gente creyó en el por la profundidad de su convicción. Hoy más que nunca su ejemplo tiene relevancia: la gente esta cada vez más aislada, y ansia experiencias colectivas. Permite que tu ferviente y contagiosa fe, en prácticamente todo, le de algo en que creer.

Vulnerabilidad: Los carismáticos exhiben necesidad de amor y afecto. Están abiertos a su público, y de hecho se nutren de su energía; el público es electrizado a su vez por el carismático, y la corriente aumenta al ir y venir. Este lado vulnerable del carisma suaviza el de la seguridad, que podría parecer fanática y alarmante.

Como el carisma implica sentimientos parecidos al amor, por tu parte debes revelar tu amor a tus seguidores. Este fue un componente clave del carisma que Marilyn Monroe irradiaba en la cámara. “Yo sabía que pertenecía al Publico”, escribió en su diario, “y al mundo, y no porque fuera talentosa o bella, sino por que nunca había pertenecido a nada ni nadie mas. El Publico era la única familia, el único príncipe azul y el único hogar con que siempre soñé”. Frente a la cámara, Marilyn cobraba vida de repente, y coqueteando con y excitando a su invisible público. Si la audiencia no siente esta cualidad en ti, se alejará. Por otro lado, nunca parezcas manipulador o necesitado. Imagina a tu público como una sola persona a la que tratas de seducir: nada es más seductor para la gente que sentirse deseada.

Audacia: Los carismáticos no son convencionales. Tienen un aire de aventura y riesgo que atrae a los aburridos. Se desfachatado y valiente en tus actos; que te vean corriendo riesgos por el bien de otros. Napoleón se cercioraba de que sus soldados lo vieran junto a los cañones en batalla. Lenin paseaba por las calles, pese a las amenazas de muerte que había recibido. Los carismáticos prosperan en aguas turbulentas; una crisis les permite hacer alarde de su arrojo, lo que incrementa su aura. John F. Kennedy volvió en si cuando hizo frente a la crisis de los misiles en Cuba, Charles De Gaulle cuando enfrentó la rebelión de Argelia. Ambos necesitaron esos problemas para parecer carismáticos, y de hecho algunos los acusaron de provocar situaciones (Kennedy mediante su estilo diplomático suicida, por ejemplo) que explotaban su amor a la aventura. Muestra el heroísmo para conseguir carisma de por vida. A la inversa, el menor signo de cobardía o timidez arruinara el carisma que tengas.

Magnetismo: Si un atributo físico es crucial para la seducción son los ojos. Revelan excitación, tensión, desapego, sin palabras de por medio. La comunicación indirecta es crítica en la seducción, y también en el carisma. El comportamiento de los carismáticos puede ser desenvuelto y sereno, pero sus ojos son magnéticos; tienen una mirada penetrante que perturba las emociones de sus objetivos, ejerciendo fuerza sin palabras ni actos. La mirada agresiva de Fidel Castro puede reducir al silencio a sus adversarios. Cuando se le refutaba, Benito Mussolini entornaba los ojos, mostrando el blanco de una manera que asustaba a la gente. Ahmed Sukarno, presidente de Indonesia, tenía una mirada que parecía capaz de leer el pensamiento. Roosevelt dilataba las pupilas a voluntad, lo que volvía su mirada tanto hipnótica como intimidante. Los ojos del carismático nunca indican temor ni nervios.

Todas estas habilidades pueden adquirirse. Napoleón pasaba horas frente al espejo, para ajustar su mirada a la del gran actor contemporáneo Talma. La clave es el autocontrol. La mirada no necesariamente tiene que ser agresiva; también puede mostrar satisfacción. Recuerda: de tus ojos pueden emanar carisma, pero también pueden delatarte como impostor. No dejes tan importante atributo al azar. Practica el efecto que deseas.

Carisma genuino significa entonces la capacidad para generar internamente y expresar externamente extrema emoción, capacidad que convierte a alguien en objeto de atención intensa e irreflexiva imitación de los demás.

—Liah Greenfield.

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5 comentarios

    1. Como digo en el encabezamiento del artículo, es un extracto del libro El Arte de la Seducción, de Robert Greene.

      No recuerdo si he adornado una cosita por aqui y por allá pero juraría que no. Aun así, quizás pronto deba hacer el comentario al arquetipo… Como ya hice con el libertino.

      Tanto gusto en recibirte por aquí. 😉

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